

MIRANDA DE EBRO // BURGOS



Montaña Rusa muestra a un grupo distinto, nuevo, experimentador y arriesgado. Más visceral y menos
correcto. Con muchas ganas de comerse el mundo y con una fuerza casi sobrenatural que se pone de
manifiesto a través de once himnos. Analicemos.
“Lobotomizados” es el punto de partida. El espejo de lo que proyecta la nueva aventura de Second. Una
descarga de electrodos pop-rock que se inyecta en tu cerebro de inmediato. Y no paras de bailar. Y de cantar,
aunque no te lo propongas. Droga dura.
Y el hechizo llega desde la primera nota de la guitarra y estalla en el estribillo. Algo, esto último, que destaca
escandalosamente a lo largo de todo el disco. Lo normal es que esto sea lo más adictivo de una canción pero en
Montaña Rusa, su poder está multiplicado por infinito. Sus estribillos son demoledores. Atómicos. Escúchese el
de “2502”, “Antiyo”, “Extenuación”, “La Barrera Sensorial”… Si tu intención es quedarte indiferente, no des al
play. Estás avisado.
Y todo ello con un lenguaje cuidado hasta el mínimo detalle, que se adapta a la perfección al nuevo envoltorio
del mensaje. Y fluye con una facilidad asombrosa. Se han escogido escrupulosamente las composiciones que
menos se parecían a las anteriores y Sean Frutos emplea una voz más limpia y convincente, jugando con los
registros para que se desgarre, si es necesario (“Si todo se oxida”), y parezca de lo más natural. O para que
contagie rabia como la que parece desprenderse en “La distancia no es velocidad por tiempo”.

